miércoles, 18 de enero de 2017

La Gorgona Medusa de Golden Warrior 99.

<<Hace más de 2000 años, las guerras eran como el pan de cada día. No sabías si, cuando te alistabas al ejército de tu pueblo, ibas a poder ver la luz del amanecer de la mañana siguiente. En fin, uno de esos grandes pueblos era Grecia. Cuando hoy en día ves su preocupante crisis económica, antiguamente era una de las primeras potencias del mundo conocido. Disponía de cientos de legiones dispuestas a masacrar al enemigo. Los adversarios de Grecia no solo solían ser humanos (como la misma Roma, imitadora de sus costumbres, pero no en paz con la Península del Mar Egeo), sino también atroces bestias sedientas de sangre provenientes de la imaginación de la más macabra de las mentes. Basiliscos, hidras, gigantes colosales, brujas, demonios iracundos y lo que quisieran los dioses. Zeus era, por decirlo de alguna manera, el que se llevaba bien con los humanos mortales, aunque no os creáis que era un santo, ya que, a la mínima que les caía mal un necio rey, desolaban comarcas enteras, y a veces, solo por satisfacción, por un mero sentimiento de grandeza. Por el otro lado, tenemos al Hades, Plutón, el Diablo en Carne, es decir, el rey y soberano del Inframundo, el reino de los muertos. Hasta allí llegaban las almas humanas que no conseguían, al final de sus vidas, el beneplácito de los dioses del Olimpo para encontrarse con ellos y vivir eternamente. Bueno, en El País de la Desolación también se recibía una eternidad, pero era una interminable existencia plagada de miseria, castigo, injurias, enfermedad, pecado, horror ...y arder en las llamas del estómago del Hades.
Nuestra historia comienza en Atenas, la capital griega, en la que un guerrero pedía justicia para su madre y para sí mismo. Ese bárbaro varón era Perseo, hijo semidios de Zeus y de una princesa de origen extranjero. El pueblo de Grecia no reconocía la pertenencia de la madre y el hijo a su imperio. Los abucheaba con ramas de espinos y antorchas (encendidas por el dios del fuego y la fragua, Vulcano, que tenía una mala relación con Zeus). El gobernador de Atenas, padrastro de Perseo, dejaba su mirada de poder sobre la que fuera su familia, y ordenaba quemar vivos a los dos indefensos. En el último instante, el bárbaro hijo le propone al gobernador que le traerá lo que quiera para que los deje libres. A esto, él le contesta que sí hay algo que quiera con todas sus fuerzas, pero que su anciana edad no le permite obtener por sus propias manos. ``Es la Gorgona Medusa. Esa escoria asesinó a mi verdadero hijo... ¡lo convirtió en piedra! Tráeme su cabeza, y no os mataré´´. Dicho esto, Perseo se disponía a liberar también a su madre, pero su padrastro dijo: ``¡Para esas vanas intenciones, bastardo! Tu madre se queda aquí, y hasta que no regreses con la cabeza de la Gorgona, no la soltaré a tus brazos ...sino que estará entre los míos´´. ``¡No!´´, gritó Perseo, mientras veía la horrible sonrisa del tirano. ``¡Sálvate tú, hijo mío, ve y sálvanos a los dos!¡Tú eres hijo de los dioses y...!´´; ``¡¡Blasfemias, patrañas, habladurías!! ¡Pueblo de Atenas, no creáis las palabras que se deslizan de la boca de esta hereje, porque no son verdad!´´. Tras una pausa, dijo: ``¡Zarpa por las turbulentas aguas del Egeo, Perseo infame, y encontrarás la gloria de tu despreciable familia!´´
El joven rubio y fornido caminó hacia una barca de madera carcomida, desatracó el ruin navío y se embarcó en un viaje que no le depararía nada bueno.
Por las turbias aguas del legendario mar pasaron veinte semanas. La soledad no fue una preocupación para Perseo, ya que su padrastro mandó a acompañar al muchacho a un pintoresco grupo de singulares individuos: primero, Gorton, un bonachón campesino que solo buscaba un poco de calderilla; en segundo lugar, un mozalbete puberto, cubierto de granos pustulentos, al que le conocían como Kimbo, y que tenía fama de sabandija; después, un desconfiable trasgo, con el nombre de Ínfermus; y, en último lugar, una vieja profetisa decrépita, que decía que era la Sibila de Cumas, a la que habían trasladado de templo en templo y de cárcel en cárcel, y que, en Atenas, la habían apresado por colarse en la Sala Secreta del Templo de Atenea (la diosa de la sabiduría y las estrategias), afirmando que podía contactar con ella. Eran, en total, cinco los aventureros en este viaje, del que, obviamente, no van a sobrevivir todos.
Un día avistaron un cúmulo verde en el horizonte azul, que pensaron que podía ser un islote, del que, si había suerte, recogerían los plátanos dorados de las palmeras, que les servirían de víveres para el último trecho de su rumbo hacia la Caverna de las Gorgonas. Llegados a este punto, los miembros menos audaces de la tripulación se aventuraron a escalar los árboles tropicales, en busca del buen saciar de sus estómagos, cuando de las amplias hojas de aquellas plantas emergieron cientos de sierpes, que atentaron contra las despreciables vidas de Gorton y Kimbo, que se vieron atrapados en un ahogamiento fatal. El oxígeno les faltaba, no había escapatoria, mas la amenazante figura de Perseo se alzó frente a las víboras escarlatas. El griego, con sus venosos puños de acero, agarró a las inmundas criaturas, y acto seguido, las partió a todas en dos de una vez. ¡Oh, gotas de sangre salpicaron los rostros de los pobres marineros! Me diréis, que unas pocas gotas de sangre no son nada, pero lo que os voy a contar cambiará la perspectiva de como veis la situación. Dado su largo camino evolutivo, las serpientes del diablo habían desarrollado una habilidad biológica que hacía que, cuando fueran capturadas y sacrificadas, su sangre se infectara de veneno corrosivo. Podéis imaginaros cómo quedaron las caras y pieles de los míseros aventureros.
Transcurrieron seis días de este episodio, cuando se habían acabado los alimentos y todo tipo de bebida no salina. Esto significó que, cruelmente, la triste tripulación sucumbió al canibalismo. En esa maldita barcaza se contemplaron cosas horribles... Compañero pegaba un mordisco a compañero, pieles en carne viva, locura,... gula. Perseo nunca comió ni dejó ser comido, pero el último de los comehombres que quedó fue el hábil de Kimbo. Ya que contra su líder musculoso no podía ganar, el único postre que le quedaba era la vieja profetisa decrépita. Era un plato difícil de engullir, ya que la superficie de la piel del vejestorio estaba sembrada de pústulas, costra, sudor frío, vello añejo y un notable hedor a vómito de asno, heces y orina. Debido a lo peliaguda que era la situación, Kimbo El Kaníbal optó por arrojarse al hondo mar y bucear en busca de peces, pero fue tal el mal augurio que, por la oscuridad de la noche en la que se encontraban, cayó de cabeza sobre una roca y nunca se supo más de él.
Aunque la suerte de los dioses se tornó a favor de Perseo y la Sibila de Cumas, que, al amanecer, atracaron el paquebote en una inmaculada playa. ``La Caverna está cerca, lo presiento´´, comentó la anciana. ``Gracias, Sibila... ¿y por dónde?´´, le preguntó el joven. La profetisa le condujo por el interior de una verde selva, en la que creyeron escuchar el canto de unas amazonas. Al fin, se encontraron en frente de la siniestra cueva. ``Sabe que esto no será fácil, Sibila. Váyase usted lo más lejos posible de este lugar... yo me encargaré del monstruo´´. La sabia hizo caso del muchacho, y él se adentró en el peligro. El interior de la Caverna estaba oscuro y húmedo, pero asfixiante. En un cierto momento vio dos luces rojas, posiblemente de dos antorchas. Oh, crédulo de él, esas luces no eran antorchas, sino los intensos ojos de la Gorgona Medusa. Perseo reaccionó a tiempo, ya que se cubrió con un pedazo de espejo-escudo que había traído de Atenas. ``¡No podrás matarme, bestia, tengo esto!´´; ``Yo no me confiaría tanto, ingenuo´´. Medusa se acercó con frenesí e intentó arrebatarle el escudo. Pero una voz sonó detrás de ellos: ``Puede que posea el cuerpo de la fallecida Sibila de Cumas, pero mi alma es la de la inmortal diosa Atenea´´. El cuerpo en descomposición de la vieja cayó sin vida al suelo, y de él se alzó la gran Atenea, en forma incorpórea, espiritual. ``Como ves, Gorgona, soy una diosa olímpica, así que obedece y deja al héroe en paz´´. ``¿Héroe?´´, pensó Perseo para sus adentros. Medusa hizo caso omiso de Atenea, y ésta, por un maleficio que lanzó la criatura de leyenda, se evaporó. Ahora, Perseo estaba a merced de la muerte, pero se dignó a clamar: ``¡¡Espera!! ¡He venido a cortarte la cabeza por un trato, un trato que es un castigo para ti! ¡Dice el gobernador de Atenas que tú convertiste en piedra a su hijo!´´. Medusa enfureció, pero se dignó a hablar: ``¡Yo no... yo no asesiné a voluntad a ese desdichado malnacido! Todo el mundo cree las palabras que se contaron mal, pues no lo hice, sino que mi madre, la híbrida Equidne, mitad mujer mitad serpiente, me obligó a hacerlo´´. Hizo una pausa. La Gorgona ya no le atacaba, y él escuchaba atentamente. ``De hecho, todas las muertes a manos mías fueron impulsadas realmente por ella. Ella... ´´. De repente, Equidne apareció y sepultó a ambos seres con su cola reptil. ``¡Me has insultado, hija! No dices nada más que sandeces... Por esto, ¡te arrancaré la cabeza tal y como quieren los humanos!´´. Perseo, inmediatamente enamorado de Medusa, gritó a pleno pulmón: ``¡¡Noooooooooooooooo!!´´. El bello rostro verdáceo de la Gorgona rodó por los suelos, y Perseo sabía lo que tenía que hacer. Cogió el escudo y destripó a Equidne. De ella salieron un caballo alado, al que él llamó Pegaso, y un bonachón gigante, Crisor, un coloso del tiempo. Perseo besó la frente de Medusa, se despidió del titán y voló hacia Atenas sobre el corcel volador, con la cabeza en sus culpables manos.
Perseo El Héroe llegó a su ciudad. Entró en el Palacio Real. Lanzó la cabeza de su amada a los pies del soberano y gritó: ``¡Aquí tienes lo que querías! ¡¿Y mi madre?!´´. ``Muchas gracias por tu presente, pero has llegado tarde... tu madre murió de maneras grotescas... por mi cuerpo´´. El semblante de Perseo reflejaba la tragedia de su misión, su honor... ¡su madre! Con la ira de un toro, arremetió con su puño contra el pecho de su padrastro, sacándole de las costillas su indigno corazón. El cruel cayó al suelo.
Perseo El Herido De Corazón salió del Palacio Real, no sin antes prender en flamígeas llamas la residencia del Rey Muerto, llegando el fuego a acabar con las vidas de sus más altos seguidores. El Que Ya No Era Un Muchacho montó en Pegaso, su fiel rocín, y nunca jamás volvió a Atenas.
Unos dicen que se fue en busca de la verdadera gloria, a conquistar las tierras del Gigante Atlas.
Otros dicen que se exilió a los lejanos parajes invernales de Asia, con el objetivo de encontrar un retiro espiritual.
Y otros cuentan que, simplemente, llegó a una taberna de mala muerte (de una ciudad de la que no sé el nombre) y se bebió una buena birra.


Pero eso sí, se juró a sí mismo que el nombre de Medusa ...quedaría honrado>>.